*El oro y el techo*
Si el ruiseñor, el jilguero y el mirlo quisieran lucir sus melodías y hacer oír sus sinfonías naturales a muchísima gente, irían a las aglomeraciones de público para hacerse admirar. Si el halcón peregrino quisiera alardear de su velocidad, pasaría por los estadios repletos y robaría el balón para obtener exclamaciones y aplausos.
Pero la naturaleza ofrece sus espectáculos más asombrosos sin necesidad de público; las proezas son intrínsecas a su hacer y estar, no hay pose, es todo innato y no les hace falta que se lo digan. El colibrí es bello y no hace falta que lo sepa; el guepardo es rapidísimo y no busca medallas; el hombre honrado lo es y no alardea de ello.
Hace un rato he visto a una persona que se disponía a dormir en los porches del ayuntamiento, casi en la calle, entre bastante suciedad, y me he preguntado cosas.
He leído y he visto fotografías de una leona que en su lucha diaria por alimentar a su prole quedó ciega y desde hace dos años, otras leonas la cuidan y le llevan la comida a su madriguera. Los animales en la naturaleza no buscan aplausos y, de forma normalizada, son capaces de dar la vida por sus congéneres.
El precio del kilo de oro hoy está a 117.000 €, casi el doble de hace pocos años. La Iglesia Católica tiene 60.350 toneladas de ese metal.
Mi admiración para esas dos leonas que no saben lo que es el oro y para el colibrí que viste trajes de colores inimaginables en una misa el día de la patrona de mi pueblo.
Hoy es un día de suerte para el hombre sin techo; no hace frío y eso que estamos en diciembre.
Ya se acaba, por fin, un año aciago para estas tierras.
*B.M.*

Comentarios
Publicar un comentario