*Caridad cristiana*
Mi ración de caridad cristiana, por las reminiscencias que aún me quedaron de mis épocas de pseudoreligiosidad, impuesta por el régimen, que en aquel entonces decían que era un regalo de su dios, por eso y porque vivo en un pueblo, que al amparo del euro donado para procesiones, enaltación y fervor a patronas y otros cuerpos celestes, es un caldo de cultivo para ejercer mis intrínsecos buenos sentimientos, nacidos de la bondad y el sufrimiento de mis ancestros, mi ración de caridad cristiana, digo, la ejerzo, soportando los ruidos a deshora, en la madrugada o durante el día, que producen los que viven en el piso que está encima del mío. No me he permitido decir que sean vecinos o convecinos, porque eso implicaría un grado de bondad o familiaridad que no existe y que difícilmente se vea alterada la animadversión que está flotando en el ambiente por algo más cercano y amigable. Así pues, tengo guardadas en la nube un montón de bolsas con calma provocada por escuchas de música relajante, y en la mesita de noche, unos tapones de natación que me transportan al reino del silencio, que quiero, en contraposición al ruido barriobajero, soez, vergonzante y escatológico que producen y sufren a la vez los de arriba. El síndrome de Estocolmo no ha entrado en mí, porque lo tengo anillado como de ave de rapiña o lobo malo, porque esa caridad cristiana tiene la melifluez suficiente para haberle abierto la puerta de entrada, que yo tengo atrancada a cal y canto.
Cerrado el baúl de las malas sensaciones que produce esta gente. Ahora estoy oyendo, para limpiar mi aura, que creo que tiene algún roto o al menos algún descosido en la espalda y no lo veo; oigo el Clarinet Concerto de Mozart A.K. 622 II, cuya calma me acerca por momentos a calas de aguas claras y tamaño apropiado para que me sienta a la vez pequeño y grande, poseyendo geografías dignas de un rey, si es que un rey pudiera ser digno alguna vez…
*B.M.*

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