*Macarrones de juventud*


 Un compañero de piso, cuando estudiábamos en Valencia, allá por 1976, cuando le tocaba su turno de hacer la comida para los otros cuatro, siempre hacía macarrones, macarrones con carne de magro de cerdo y tomate y queso. Le salía de escándalo, eso era los jueves. Por mor de circunstancias ajenas a la normalidad, tuvo que cambiar su día de cocinar y pasó al martes. Todos estábamos tranquilos, solo era un complemento de tiempo, una circunstancia sin importancia, pero no, no fue así, y tú te preguntarás que qué había pasado… Era el mismo cocinero, el mismo menú, los mismos comensales y el mismo presupuesto, pero el resultado había cambiado sensiblemente. Nos preguntábamos cada martes, qué ocurría, qué había ocurrido. Y había una respuesta, impensable… Había sido el amor. Nuestro Romeo, cocinero de postín de los macarrones a la Vilavella, porque él era de ese pueblo, se veía con la hija del carnicero y a ella le compraba los jueves, pero cuando cambió a los martes, ya no era lo mismo, ella libraba los martes y la carne, siendo de la misma carnicería, ya no tenía el componente sublime, las manos de Julieta y el amor que contenía nuestra comanda, el jueves, pero no en martes. Cada cual puede pensar lo que quiera, pero hubo una bajada de calidad tan grande, que, después de un cónclave, decidimos que Romeo hiciera arroz al horno, pero con bacalao, para que no volviera a estropear nuestro plato, el amor. Por cierto, la hija del pescadero me gustaba a mí. Y ya me veía yo emparentado con aquella chiquilla, se me iban los ojos detrás de la hija al ver, cómo tocaba los pescados, y quise hacer de cocinillas, un plato de pescado, el miércoles, que era cuando me tocaba mi cocinar, pero como mi amor no era correspondido, no salió bien. 

Para cocinar hay que ponerle de condimentos esenciales el amor. ¿A qué sí? 

¡Qué tiempos aquellos, aún se me hace la boca agua, cuando recuerdo aquellos macarrones, a lo pobre, pero con amor y con juventud…! 

 *B.M.*

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