*El viaje del zapato*


 Ser zapato no es algo fácil de ser, porque una vez te han compuesto y alguien te compra, ya vas apañado. Mejor diré aviado que apañado, aviado me suena más a destino impredecible que apañado, aunque apañado también me complace y me vale. 

Te toca, en función del precio, un estatus social y eso conllevará tu existencia por los lugares que se pueda permitir tu dueña, tu dueño o quien sea que te posea. A menor precio, más pedregales y aceras tortuosas y charcos y basura te van a rodear, pero si tu precio es alto, vas a pisar moquetas de esas de centímetro y medio o más… Pisarás países, viajarás en aviones, te lustrarán, te pondrán ceras y mejunjes, te mimarán y calzarás pies cuidados y con perfume; por contrario, si eres de bajo precio, no saldrás del barrio más que para coger el metro, cobijarás pies mugrientos y sudados… Una lotería, ya lo verás… tu vida es una lotería… 

 En un trayecto largo de doce estaciones crucé toda la ciudad, no sabía a dónde iba, claro, nunca lo sé, me calzan y salgo en cualquier dirección a cualquier ignoto destino… Llovía y ya había charcos… Al rato sonó el teléfono de mi dueño… Y oí que su voz se quebraba… Yo estaba hundido en el agua y de pronto me vi subido a una reja… Por mi lado pasaban coches arrastrados por la corriente… Mi dueño no pudo aguantar las tres horas que pasó agarrado a la reja y, mientras se dejaba llevar por el agua, yo tenía una extraña sensación de abandono, el pie ya no me llevaba. Golpes y más golpes y al final, quietud. 
Ahora estoy en el pie de mi dueño, sobre una mesa metálica, hay voces y ruidos aún más metálicos… No sé qué está pasando… Alguien comenta con otra persona: Este es no lleva documentación, es el número 228. 
 Ha sido la Dana. Estamos en Paiporta. Creo que mi vida útil ya ha acabado… 

 *B.M.*

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