*Sueños oníricos*
Los territorios te marcan, te acotan, unos más que otros, y en la medida que te dejas marcar, esas señales que te quedan pueden ser simples rozaduras que no llegan siquiera a molestar o surcos profundos que te dejan cicatrices en el cuerpo y en el alma algunas veces.
Desarrollé en mi niñez, ya te lo conté, a base de esfuerzo y mucha práctica, la capacidad de mover las orejas a voluntad y de manera visible puedo indicar si debes adelantarme por la derecha por la izquierda cuando nos cruzamos por la acera, es algo muy útil cuando estamos en invierno y llevas las manos en los bolsillos. Desarrollé, también, la facultad de rebobinar los sueños y, aun después de haber despertado, volver a dar: “Acción“ para que continuara el sueño, donde yo quisiera.
En estos meses he leído que ya venden los instrumentos suficientemente perfeccionados para que puedas grabar tus sueños y recrearte después de comer, viendo que te depara el mundo del inconsciente-consciente regido por Morfeo.
Yo veo una enorme posibilidad de aprendizaje y de captar alumnos para enseñanzas regladas o no, en el mundo onírico. Sacándose títulos y másteres mientras duermen, casi como hacen ahora. Ya me veo los currículums de los políticos acreditando títulos como “Máster onírico en fantasías y embustes“ o bien relatos filmados de “Las mil y unas noches en el Ventorro“ en versión original, sin cortes, eso se vendería en la sección de porno seguramente.
Y acabo de leer que Netflix le ofrece un pastón para que el emérito se desnude, contando lo que hacía en camas ajenas, mientras campechaneaba por el solar patrio y los países de sus novias, que le íbamos pagando nosotros, y me pregunto: ¿Sería lógico que, por derechos de formación, ese dinero volviera al Estado?
Yo diría que sí… ¿No?
*B.M.*

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