*Pelos*
No se trata de aparentar, Borja Mari, se trata de aparecer todo lo aseados y guapos que podamos. En un intento de facilitar el vernos presentables, me he personado en la oficina de patentes y registro de utilidades y he interpuesto una queja, para mí totalmente razonable, y es que no sé a quién se le ocurrió, que a partir de una edad anciana, crezcan pelos en lugares insospechados del cuerpo, pelos que no tienen ninguna utilidad, solo sirven para mantenerte ojo avizor, en los recovecos, más intrincados de tu cuerpo serrano…
Tengo un cuarto de baño menor y otro mayor, el menor lo utilizo en contadas ocasiones, pero tiene como propiedad intrínseca, una luz potente del que el mayor carece, y cuando me enfrento a su espejo, me veo unos pelos orejeros que por su potencia y textura más parecen juveniles que seniles, su número no es importante, puesto que no son más de dieciséis, pero ahí parecen de la noche a la mañana, como diciendo… ¡Eh… ¡Que ya estamos aquí, a ver qué haces con nosotros esta vez…!
Tengo amigos que, a pesar de tener pareja, lucen unos plumeros, orejeriles, que no son nada estéticos, más parecen una brocha de las que se usan para ponerse colorete, que se le haya incrustado dentro de la oreja… En verdad, en verdad os digo que no hace nada, nada, elegante… La cara es el espejo del alma y los pelos locos son la etiqueta del abandono, del aseo y del cuidado corporal…
Tácito, decía de él, de Petronio, que era el árbitro de la elegancia, yo le admiro por el Satiricón, con su descripción de la sociedad romana, con una forma y un estilo mordaz e inteligente, y no me imagino a Petronio con pelos en las orejas, dado su carácter y ser referente del estilo y buen gusto, allá en la corte de Nerón, al que sí podría suponer con pelos abundantes en las orejas.
En épocas recientes hubo un político con entorchados orejeriles abundantísimos, ese fue Carrero Blanco, que también llevó unas cejas como las que lleva Luis Tosar, que están reñidas con la pulcritud, eso me dice Borja Mari… que ya no come jamón de Jabugo, desde que en las cuevas de Luis Candelas le apareció un pelo en el plato de jamón de Jabugo, plato carísimo, y yo le expliqué que era una cerda, y el que no, que el cerdo era el que le había servido el plato…
¡Ay, dios, dame paciencia, que años ya tengo…!
*B.M.*

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