*La bolsa de mí vida*

Me gusta la luna porque va a lo que va… Sin preocuparse de oír halagos, ni versos tontos… Aunque no la alabes, ella hace su función, que no sé exactamente en qué consiste y no voy a utilizar ahora ciencia ni fe para saberlo.
Como me he retirado unos días para vaciar la bolsa donde llevo mis creencias, mi pedazo de fe, que no sé qué hace ahí, y mis habilidades, que no son demasiadas, para manejarme decentemente en la resolución de las cosas y casos que me quedan por solventar, he vuelto del revés la bolsa y he colocado todo lo que había dentro a la vista, encima de una mesita que me sirve de escritorio. Es un inventario que cuesta dos minutos de hacer, hay pocas cosas: unas amistades antiguas inservibles, a todas luces, un poso de calidez de recuerdos agradables, un Spectrum, que tampoco sé qué hace ahí y ya no sé hacerlo funcionar, y una libreta de tamaño octavilla, cuyo contenido tendré que leer, porque no recuerdo que escribí, ni por qué, aunque si cuando, porque lleva fecha…
No hay nada más, bueno, sí, un tarro pequeñito, que contiene la fe que me ha tocado en suerte y que no he utilizado, porque doy por hecho lo habitual de la naturaleza, y no pienso creer en lo que es inhabitual, solo quiero verlo y pasar igual que pasa el agua por el río.
La luna me despertó con el poderío de su libertinaje, de señora de la noche…
Ay, cómo me gustaba andar en sus noches, por caminos que iluminaba ella con su potencia, y yo marchaba sintiéndome fuerte a lomos de Salvaje, mi caballo… que aunque no está en la bolsa, lo llevo en el corazón y no puedo olvidarlo, ni creo que él me haya olvidado. Le recuerdo mientras pienso que pasta la hierba que le gustaba, seguramente debe ser en unos prados imaginarios, en la luna… Por eso me despertó, la muy tunanta… Y se lo agradezco en el alma…
Luna, dile a Salvaje que le quiero, aunque ya se que él lo sabe de sobras.
*B.M.*
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