*Calma*


 En medio de las situaciones más convulsas, he logrado encontrar la calma. No sé cómo lo he hecho, pero lo he logrado. Teniendo como referente a mi tío Lucas, que fue ballenero de los de lanzar el arpón desde una barca ínfima, que le llevaba hasta el inmenso animal. Me contaba su hija que entrenaba su cualidad de equilibrista, montando de pie en la grupa de un caballo negro de la raza mallorquina más bravía que imaginarte puedas, cuya grupa untaba con grasa de cerdo y miel, llevando él sus pies descalzos. Cayó miles de veces, pero en cuanto logró mantenerse una vez, ya fue dueño de la situación. Yo estoy en la fase de caerme miles de veces, ya te contaré cuando logre mantener mi equilibrio vital, será de ver ese momento. He dicho que he encontrado la calma y así es, pero mantenerme aún no lo logro del todo. Ahora entiendo que la calma no es un puerto, sino el mar mismo. Como mi tío Lucas, que jamás dominó del todo aquel caballo bravío —ni el océano, ni el animal herido—, pero aprendió a bailar con ellos. 

Yo aún resbalo y caigo, me levanto, vuelvo a untar la grupa con la miel y la grasa de lo vivido. No sé si algún día dejaré de caer, pero hoy, al menos, reconozco el sabor de la sangre en mis labios después del golpe. Y, eso, tal vez, sé ya una forma de equilibrio. Y pudiera ser que el truco no fuera aguantarse, sino saber caer, a veces en medio del barro, creo ver las huellas de los pies del tío Lucas, también descalzos. Y sigo… 

 *B.M.*

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