*El burro*
Papá, cuéntamelo otra vez:
Aquella mañana llegó el circo al pueblo, la verdad es que era un acontecimiento de primer orden, porque hacía más de un lustro de la última vez, aquella fue la ocasión en que aparecieron los hermanos Tonetti y la superestrella del trapecio, Pinito del Oro, famosos que venían aquí porque era el pueblo de la dueña de los teatros Alcázar de Valencia y otras poblaciones importantes y le hacían homenaje cada año porque era su protectora y siempre les contrataba.
La llegada del circo, para tres días de actuación, por todo lo alto, coincidió con una gran nevada a destiempo y la orden de la prohibición de exhibir animales vivos en los circos, lo cual fue un descalabro para el mundo circense, en toda la extensión de la palabra, en España.
Animales artistas dejaron de salir a la pista y continuaban siendo un gasto, por lo que con urgencia se hicieron donaciones a los zoológicos, sin poder hacer nada para ingresar dinero a cambio.
En el circo llevaban comida para los leones y los tigres, consistente en dos caballos famélicos y un burro, que quedaron sin propósito aparente.
La señora Inés conocía a Juan, el maestro de la escuela municipal, porque solía hablar con ella cuando se lo encontraba a la salida del colegio cada día y hablaban de Esopo y las fábulas. Tenían buena relación.
Juan era amante de los animales y conoció el caso y le pidió a doña Inés si podía consultarlo, él se quedaría con el burro. Le extrañó un tanto la propuesta, pero ella lo hizo saber a los dueños del circo, que dijeron que sí, porque se quitaban un peso de encima.
Juan vivía en un primer piso en el que no había calefacción. El piso estaba cercano a la escuela y por la tarde se llegó al circo y le entregaron el burro. Subirlo por la escalera fue una proeza porque estaba barrigón. Una vez en casa, a Juan le pareció que el burro sonreía, como si supiera que se había librado de ser la comida de los leones.
En un rincón de la sala que servía de dormitorio, de cocina, y de biblioteca, Juan, dispuso unas mantas viejas y allí se recostó el burro, que fue desde ese día la calefacción del piso y la alegría de Juan, que le enseñaba a rebuznar musicalmente.
Y vivieron felices, pero una noche el burro se quejaba y cuando Juan abrió la luz, vio que el burro, que en realidad era burra, había dado a luz un burrito negro, como el grafito. Ese hecho trajo la felicidad completa a la familia, que ya era de tres miembros.
Y ahora a dormir y a pensar en un nombre para los burros.
Y no vale a ponerle Mazón ¿de acuerdo?
*B.M.*

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