*Sant Antoni*
Le conocía todo el mundo por su talante simpático, trabajador, honrado y cabezón… Pepe le llamaban unos, otros solo utilizaban su apodo que venía de antiguo, y yo le llamaba José con acento, me parecía adecuado para él por un tío común que así le llamaban, con acento.
¿He dicho que era trabajador?...Sí, pues efectivamente, así era. José había conjugado todos los tiempos de pasado y de presente del verbo trabajar y los del futuro, mientras le quedaran fuerzas, los iba a triturar, a buen seguro, a pesar de ir arrastrando dolores y achaques propios de su edad.
Dos aficiones, le motivaron toda su vida, comer y los caballos de tiro, con los que dibujaba surcos caligráficos sobre el terreno entre arcilloso y arenoso de los campos de la marjaleria en los que cultivaba todo tipo de verduras, cuya magnificencia se vio reflejada, innombrables veces, en las ferias de agricultura de los pueblos de la zona, consiguiendo los premios por el tamaño, presentación y calidad de sus productos.
En un lance de su vida, tuvo que elegir, porque así lo quiso ella, entre su novia y una yegua percherona que tenía, y la elección de José, fue clara… La naturaleza y el campo le tiraban más que la mujer, y eligió a la yegua y con ella la soltería, que fue compañera de por vida. El tema de la comida era punto y aparte para él.
Era un exquisito conocedor de carnes, jamones y pescados, y cocinaba con fruición guisos regionales para sí mismo y sus amigos.
Verle elegir las verduras y carnes para la paella, los condimentos para el all-i-pebre o para el arroz al horno era un espectáculo. Y cocinar con tiempo y cuidado, una representación teatral de virtuosismo, salpicando con anécdotas y vivencias que le habían ocurrido en su dilatada existencia y que contaba graciosamente.
Tuvo José, un pensamiento, que me contó, y que ahora relato, y fue que, acostumbrado a sacar en procesión a sus equinos, para la bendición de Sant Antoni cada año en enero, para que cambiara su suerte y con ánimo de encontrar pareja, ese año, se puso su mejor ropa y se sacó a él mismo, sin llevar ningún animal más a la procesión y bendición consiguiente. Al llegar a la altura, donde, desde un pedestal, el cura daba un rollo y la bendición, José, que llevaba zapatos de suela nuevos, pisó un monumental excremento recién colocado y cayó tan largo como era encima de la aún caliente, montaña de boñigas de caballo.
Ahora le estoy acompañando aquí, al lado de su cama del hospital, con un pronóstico confirmado de ligamento cruzado de ambas piernas y fractura de cabeza de radio y cúbito.
Y el hombre dice que quiere mear y yo estoy llamando a la enfermera, que tiene más práctica que yo en estos menesteres…
¡Y mira que la vida es justa, que José, que solo pedía una novia... ahora tiene enfermeras y acompañantes a tiempo completo…!
¡Viva Sant Antoni! ¡Viva…!
*B.M.*
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