*Porfía*
Me parece recordar que he leído que alguno de los grandes de la literatura sudamericana, escribía, algo así, como que todo ocurre, porque tiene que pasar, y bastante vivo yo con esa creencia, cuando me interesa.
Por un azar de los que se dan, Paco, un valenciano de L‘Horta, afincado en Castellón, conoció a Félix, que regentaba una casa de citas de las antiguas y a la vieja usanza, como las que salen en las películas en blanco y negro, pero en nuestros días. Sé que Félix solía tener entre ocho y 12 freelancers del amor y que iban a medias, todo en dinero negro. Seguro que alguien de la policía participaba en el reparto de beneficios, porque ni en pandemia, ni antes, ni después hubo redadas, ni cierre, ni nada de nada.
Sea como fuere, el caso es que el negocio iba viento en popa y Paco, en un almuerzo, conoció la existencia de la tal casa de lenocinio. Paco, con su buena apariencia y sus ochenta y dos años llevados de maravilla, hablaba de sexo, como nosotros hablamos de la mili, con la distancia de los años y la añoranza de la juventud. Se terciaron las chanzas y porfías. ¡A que si no eres capaz de ir! Que sí que iría, pero ¿para qué? Si vas, pagas solo la parte de la chica… ¿¡A que no te atreves! A que sí… Y Paco, después del almuerzo, llamó a un taxi, le dio la dirección y con Félix marchó a pecar.
Al día siguiente, otra vez en el almuerzo, todos esperando a Paco, y Paco llegó, sonriendo, como quien ha visto a la virgen de su pueblo en procesión, los ojos le brillaban de emoción y comenzó su relato, diciendo, que no creía que fuera capaz, pero que sí, que lo que quería se produjo… Del elenco de lumis que desfiló, Paco escogió a Ana, jovencita veinteañera, con algunos kilos de más, pero todo en su sitio, relataba embelesado.
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