*Testamento ológrafo XX*
Nuria me ha pedido que le cuente todo lo que hago mientras ella no está aquí y como una especie de relato lo voy a hacer. Después habrá cosas que no le dejaré leer.
A la guardesa de la casa, a la que le puse de nombre Ana, dado que el suyo verdadero era impronunciable, le leí en los ojos, cuando la vi la primera vez, que era una mujer digna de confianza y llena de sapiencia y de misterio.
Cuando he viajado por el mundo, me ha gustado conversar con los nativos, con los más mayores, porque saben cosas que no están escritas y que pertenecen al nivel más íntimo de las conversaciones familiares. Estoy intentando ganarme la confianza de Ana, ella habla algo de inglés, yo por mi parte he aprendido algunas pocas frases en turco, es algo difícil, pero me he esforzado y la he sorprendido. Se ríe a carcajadas, es abierta, inspira confianza. Es una cocinera, incansable. Yo le ayudo para ganarme sus confidencias.
Hemos preparado dolma y lakahum, no es difícil aunque es laborioso, es una cocina que requiere tiempo. Ana me cuenta los pormenores de los vecinos, los precios de las casas y dónde ir para relacionarme con los lugareños. Me dice que le gusta la poesía, en turco, uf… complicado, lo tenemos para hablar de eso. Yo, por mi parte, solo conozco a Orhan Pamuk, Premio Nobel de literatura de 2006, y su novela Nieve, ella no conoce a Pamuk. Buscaremos otros temas para hablar.
Me llevo una sorpresa grande: a Ana, le gustan los caballos muchísimo. Ahí tenemos nuestro tema. Me dice que está en la isla por los caballos, me cuenta que cuida de los caballos de los médicos franceses y los monta y les da cuerda cuando lo necesitan. Quiere que esta tarde vayamos a montar, daremos la vuelta completa por la isla, ella conoce todos los senderos posibles. Me gusta este cometido. Con el caballo me siento libre.
Calculo que hemos cabalgado unos 20 km que me parece que es todo los recorrible, con apariencia de camino, son caminos de herradura en su mayor parte. Poco hay de asfaltado. Hemos circunvalado la isla y he podido constatar que casi no tiene playas, todo son acantilados y hay pocos tramos donde poder galopar, pero el recorrido es muy interesante. Al caballo que lleva Ana se le han ido las patas traseras con las piedras del sendero y casi se cae por el acantilado, ella no se ha dado cuenta del tirón que le he pegado a la cola del caballo para enderezarlo. Suben como cabras, pero no se impulsan desde atrás.
Le he explicado a Ana, que los caballos que hay aquí no se impulsan desde atrás hacia delante, pero hay dos hanoverianos que sirven para doma y salto y eso es lo que haremos. He visto que hay un caballo cimarrón, pero no lo entiende, si puedo, lucharé con él para hacerlo montable. Ya lo hice con Salvaje, mi caballo preferido.
Hay que ver la de veces que me acuerdo de aquellos días completos con Salvaje por la montaña con caminos de tierra de diez km de largo, galopando, como si no hubiera un mañana.
Salvaje, me dio la tranquilidad que necesitaba en aquel momento; fue mi terapia. Pienso en él como se piensa en un amigo entrañable, recuerdo sus alegrías y sus cosquillas, y la primera vez que pisó la nieve. Le doy siempre las gracias por su amistad y su incondicional apego a mí. Se habla de los perros, pero Salvaje me reconocía en la distancia y me contaba cosas con sus relinchos y sus empujones con su cabeza en mi espalda. Me gustaba ducharle después de sudar juntos y secarlo y peinarlo. Aún recuerdo la sensación de su olor y el del estiércol, que me rememoran días de felicidad.
Montar a Salvaje, a pelo, con sus ciento setenta cm a la cruz, no era para pardillos. Nunca me tiró, bueno, dos veces, me quedé colgando de su cuello, pero fue divertido.
Me pedía algún amigo permiso para montarlo, yo decía que sí. Salvaje me miraba y yo a él, y no se dejaba montar.
-Lo siento, no quiere, decía yo, y Salvaje sonreía con los ojos color miel y yo le agradecía que solo fuera mío y yo de él.
Salvaje fue mío, porque el propietario que lo tenía le cogió miedo. El caballo se ponía en la parte más cercana al precipicio, en la montaña, y el dueño, se bajaba cada vez que pasaba con él por allí; ese miedo dio lugar a que me lo vendieran a muy buen precio.
Le enseñé a Salvaje, quien mandaba y decía por dónde había que ir y por dónde no. Nos pusimos de acuerdo y desde ese día, sin riendas y sin problemas, fuimos amigos para siempre. Montar a Salvaje a pelo era una locura, una sensación inigualable, sin riendas y sin silla. Nunca utilicé espuelas ni varita con él, con las rodillas y con la voz era suficiente. Aprendió, paso español, piafé, cortes y recortes y posarse a dos manos. Aún creo que está vivo. Aún le oigo relinchar. Me dio mucha paz y yo le cuidé con cariño. Reconozco que ahora me gusta mucho un tipo de caballo, el Akal-Teke, pero si me dieras a elegir entre ese caballo y Salvaje, no lo pensaría ni un segundo, me quedo con Salvaje. Son demasiadas vivencias como para cambiar.
Cuando me pongo a hablar de caballos, se me pasa el tiempo volando sin darme cuenta. También pienso que me centro en mis cosas, para olvidar lo que estoy haciendo, que realmente no es nada, solo esperar a Nuria.
Mañana voy a ir al hamán, al que salió en “La pasión turca“, que es para mí el más auténtico. Después iré a la Mezquita Azul a pie y más tarde a comer.
Estambul es una ciudad amable con los turistas, recibe 49 millones de turistas al año, se acerca a España y eso le repercute en más de 50.000 millones de euros, de ahí su cuidado extremo con los turistas. Este apartado de Estambul me para un poco por el agobio de tanto turista por todas partes. Lo iré pensando poco a poco y lo hablaré con Nuria. Aunque podría darse el caso de elegir otro punto, pero he meditado mucho lo de vivir aquí.
Pasado mañana marcho a Roma y aún me queda montar al cimarrón y concretar un aplazamiento de decisión con Indira sobre la casa.
Nuria ha tenido un éxito total con su ponencia; era de esperar, es la mejor en lo suyo. Me comenta que le han ofrecido trabajar en Oxford, y que lo estudiará porque ponen a su disposición unos medios y un equipo inimaginables, en un contrato a ocho años. Si decidiera aceptar, yo no voy a influir en nada en su decisión, se acabaría el proyecto de Estambul. Veremos qué pasa, y yo aceptaré lo que ella decida. He pasado la tarde paseando cerca del Gran Bazar y he entablado conversación con unos judíos sefarditas españoles que hablan un español antiguo, muy gracioso, pero muy inteligible. Me contaron que tenían documentos de su salida de España en 1492. Continúan con sus costumbres mezcladas con costumbres españolas. Celebran la Navidad a su modo y hablan siempre entre ellos en el español de la época. Me han acompañado toda la tarde hasta que he vuelto con el ferry anocheciendo ya.
Por la mañana le he dado cuerda al cimarrón para cansarlo, y después he intentado ponerle la silla y no se dejaba, por lo que le he enganchado al carro con peso. Finalmente, ya cansado, se dejaba hacer. Le he colocado una silla ligera y en el picadero con arena, se acostaba conmigo encima en señal de disconformidad con lo que le estaba haciendo. Tres horas después ya lo he montado, tiene mucho brío y habrá que trabajarlo bien, nadie lo monta, le tienen miedo. Ana me ha visto y se ha puesto a aplaudir, porque ese caballo se lo regalaron a ella, por indomable, aunque nunca lo ha montado. A partir de ahora lo intentará, ya tiene las instrucciones.
Voy a hablar con Indira y contarle que aplazaré la decisión, aunque la casa me gusta. Ella al conocer mi intención, ha minimizado otra vez lo del atentado y ha dicho que si firmamos antes de irme, me harán una bajada de precio de cien mil €. Le he dicho que es muy interesante, pero que necesito un poco de tiempo. Lo ha comprendido. Me va a guardar el precio un mes.
Voy a preparar todo para marchar mañana por la mañana a Roma. La verdad es que no he traído mucho equipaje. Me gusta viajar ligero, con pocas cosas, solo lo imprescindible.
12:20 Fiumicino, aeropuerto de Roma, he salido a las 9:45 de Estambul en vuelo directo. Después de Fiumicino a Roma en media hora llego al Hotel de Nuria, Pallazzo de la Sapienza.
Ya estoy instalado y voy a la plaza Nabona a esperar a Nuria flaneando. Ella acaba todo a las 16:00, comeré algo y la esperaré para cenar después y celebrar lo que no pudimos celebrar en Estambul.
Y hablar, y hablar, y hablar…
Me ha venido un pensamiento profundo sobre hacer más lo que yo quiero, que lo que quiero en función de otras personas. Es mi sentimiento de libertad que se apodera de mi futuro.
¿Y si montara un picadero, en parte abierto al público y con mi zona exclusiva en la Sierra Espadán, que es donde me gusta vivir?
Ahí tengo el mar cerca, montañas que me gustan y un clima adecuado para vivir todo el año. A 300 km de Barcelona, a 70 de Valencia y 400 de Madrid, aeropuertos, hospitales, gente amiga y mi paraíso de soledad.
Ya no me convence tanto el ambiente cosmopolita de Estambul.
Tengo que pensar, pensar y repensar en mí.
Ya casi son las 16:00…
Continuará…
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