*Gracias por la librería*


 Me lo pregunto y aún no lo sé…en mi casa no pasábamos estrecheces, pero tampoco era como para echar cohetes; no nos faltó de nada, porque mi padre y mi madre trabajaron a destajo para que viviéramos bien y estudiáramos. Al final quedó una familia nada al uso, pero tampoco se echa de menos más unión. Es la verdad, o al menos en mi caso. Nos podíamos reprochar ahora de todo y a la vez de nada. Olvidar es lo mejor en la mayoría de los casos. Los problemas con la distancia y con el tiempo aligeran su gravedad y su acidez. 

La pregunta es por qué después de no poder acabar los estudios, mi padre, por razones de la política de su tiempo, ir a la guerra con la Quinta del Biberón, hacer después tres años de mili en Zaragoza y Jaca, hacer salvoconductos y expedientes arreglados para librar a muchísimos de juicios sumarísimos, les dio a mis padres por poner una librería en un pueblo de diez mil habitantes, donde los lectores que había los puedo relacionar en cuarenta líneas o menos…la respuesta casi me la tengo que inventar, porque por razones económicas y por ganar prestigio no lo fue. De hecho, cuando clausuramos la librería,  todos los libros que quedaban, la mayor parte religiosos o de filosofía fueron medio regalados. 

Yo quiero dar las gracias en nombre de los que si compraban libros y en el mío propio, porque leí cosas que de no tenerlas al alcance de la mano, en casa, nunca hubiera leído. Gracias papá y mamá. 

Ahora escribo, como un poseso, para llenar mi tiempo recordando las cosas que pasé o que vi que pasaban y espero tener el valor suficiente, para continuar agotando bolis Bic cristal, que se descargan de una manera bárbara, contando todo. Doy mi palabra.

Gracias, una y otra vez.


*B.M.*

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