*Bribona Ficción Axiacal* 5


 Enrique, Robert, Paula y yo solíamos ir de camping a zonas de media montaña en una roulotte amplia y bien acondicionada. Somos amigos de los que han pasado vicisitudes duras y la amistad está consolidada debidamente. Proceden del mundo del seguro,  Enrique, del mundo inmobiliario, Robert, y de la banca, Paula. Embarcamos en Dénia hacia Menorca, por la noche, con la roulotte,  llegamos por la mañana a Sóller. Unas vistas preciosas del amanecer me llenaron de ilusión por conseguir mi propósito, que no era otro que el de descubrir las oficinas trampas de Axiacal,  donde se fabricaban los montones de créditos ficticios para conseguir una liquidez descomunal. 

En un camping precioso, nos instalamos y salimos con el coche a investigar por los pueblos de alrededor lo de la sucursal. 

Pasadas unas horas, ya lo sabíamos. No fue difícil conseguir nuestro propósito. Fuimos a cenar, hablamos y tomé apuntes sin parar. Paula contó que tenía la sensación de que nos vigilaba alguien y quedó ahí la sospecha. Al día siguiente, fuimos a dos oficinas más. Paula decía que nos seguían dos coches, uno azul y otro gris, que se iban turnando. A media mañana, Enrique desapareció y alquiló una moto y nos seguía a una distancia prudencial, camuflado con el casco. Efectivamente, no seguían, iban dos hombres en cada coche, que, por precaución, se cambiaban las camisas cada cierto tiempo. 

Fuimos a dormir el segundo día, temprano, cansados porque no parábamos. Había tres camas amplias en la roulotte. Es muy grande y confortable. A las tres de la madrugada, unos ruidos sordos y continuados nos despertaron. Alterados, intentamos salir, pero las puertas y ventanas estaban atoradas desde el exterior. 

Diez segundos después había mucha luz, humo y fuego. Robert, que es el dueño de la roulotte, nos dijo: ¡Calma, calma! Venid aquí… Y levantó una amplia compuerta que había en el suelo y nos deslizamos por ahí al exterior por debajo de la estancia. Salimos rápidamente y nos alejamos unos cuantos metros. Olía a gasolina y había fuego por todas partes. La roulotte se convirtió en una bola de fuego. 

Al rato… Sirenas… Policía... bomberos, gente del camping y campistas, todos ayudando a apagar el fuego, desesperados porque creían que dentro había gente. 

A las 9:00 de la mañana, la policía tomaba huellas a los restos de la caravana. Se veía claramente que habían atrancado y sellado las puertas y ventanas con cinta americana y sargentas de contención. Si la roulotte no hubiera tenido la puerta de escape en el suelo, seguramente no lo podríamos contar ahora. 

Han sido profesionales, decía la policía que nos interrogaba. 

¿Cuál era el motivo de ese atentado? 

Porque era un atentado profesional, como nos dijo el comisario. 

Con el corazón en un puño leímos el informe que nos hicieron firmar. Vimos la noticia en la tele que aparecía camuflada. “Un cortocircuito provoca un incendio y destruye dos roulottes y dos coches en el camping”  No hay que lamentar pérdidas humanas.

Había sido un atentado claramente intencionado. 

La sensación de vigilancia y de acoso sistemático, de trabas en la consecución de trabajo y de un crédito bancario, que intenté conseguir con avales sobrados ha perdurado durante años. 

El Negro Edificio de La Caixa ni perdona ni olvida, si te metes con ellos.

(Y llegamos a la página 42 de 108)

Continuará…

*B.M.*




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