*Toc…toc…toc…*


 El forense era amigo de mi padre, venia a comer algunas veces a casa y hablaba y hablaba…él nos vacunaba cada vez que llegaba el momento, serían los años sesenta, a principios, sesenta y uno o sesenta y dos. 

Llegaba, no lo veíamos, pero lo oíamos y nos escondíamos corriendo, él preparaba la vacuna, hervía las agujas y la jeringa de cristal, ponía el líquido y la agitaba durante bastante rato. Mientras mi padre y mi madre nos iban a buscar porque estábamos escondidos debajo de la cama, agazapados como espías. No recuerdo llorar. Si recuerdo que las agujas parecían muy grandes, de hecho creo que eran enormes. El forense siempre traía caramelos y se nos pasaba el miedo… después reacción o no a la vacuna y al cabo del tiempo,  la marca,  que aparecía en el brazo, un anacronismo ahora. 

Nunca he odiado al forense, le apreciaba, era bromista, y refería hechos de Ava Gadner, como si fuera su novia, fumaba y bebía mucho, era andaluz. Su hijo Antonio era compañero mio de clase, buena gente, no tenía madre. El forense murió joven, de algo hepático y como no tenía mucha familia, entre varios amigos de su hijo nos organizamos para llevar el ataúd a hombros a la iglesia. 

Nadie se acordó de atar los zapatos del forense entre sí y, se me quedó grabado en la cabeza el ruido que producían al chocar contra la caja, ruido acompasado a nuestro pretendido paso marcial. 

Toc…toc…toc…toc…


*B.M.*

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