*Testamento ológrafo XVI*


 El domingo lo he pasado en casa, tomando un baño relajante y repasando todo lo sucedido ayer. Fue un sábado muy trabajado, tengo una sensación entre complacencia e inquietud. 

 A las 7:00 de la tarde me ha llamado María José, me dice que Lola ha muerto, y que ella no ha podido ir a la clínica veterinaria, no ha querido. 

 Me pregunta si puedo ir a su casa. Le he dicho que sí, rápidamente, recordando la noche anterior… No puedo menos que consolarla en su separación de Lola. 

 Antes de llegar a su casa pasé por la floristería para comprar una planta. En la tienda que está al lado veo un conjunto de lencería y lo compro, porque el día anterior le rompí, sin querer, el pantaloncito del pijama, que era precioso. Lo he escogido, poniendo las manos en posición de coger su cuerpo; espero acertar la talla. ¡Hay que ver cuánto cuesta tan poca tela! Pero vale la pena. Cuando llego a la casa, se nota que ha estado llorando, aunque luce con un color sonrosado como la cara de la Joven de la Perla de Vermeer. Me abraza y me da las gracias por atender su llamada. Le entrego la planta y el paquete de Vogue, carísimo. 

 Me gusta que me abrace, notando su corazón contra mi pecho y besar su boca que huele y sabe a miel y romero. Eso me parece a mí. Me cuenta que siente dolor por Lola, y que no piensa coger otro perro en su vida. Yo asiento y le cuento que he tenido a Tulo, Hugo, Shar, Pira, Rosca y que tampoco quiero más. Ni peces, ni pájaros, me conformo con Ginny y Meleta que son jóvenes y me ayudan mucho. Son mis gatas. 

¡Pobre María José! Mientras le voy contando sentados en el sofá, se ha dormido con la cabeza apoyada en mí. No debe de haber descansado de nerviosismo. No sé qué hacer con esta mujer, porque me gusta, me atrae y nos acoplamos sin miramientos, como si nos conociéramos de mucho tiempo, pero a la vez no tengo intención de perder mi soledad, que yo mismo llevo fomentando de hace tiempo. La verdad es que no creo que supiera vivir felizmente con una humana en mi casa; mis espacios de libertad son esenciales para mi tranquilidad. No sé si he perdido el sentimiento que implica la compañía y la sensación de ayuda y seguridad que puede derivarse de eso. Pero creo que no estoy, ni estaré preparado para asumir eso. Son las 21:30 y María José continúa durmiendo, me he levantado del sofá, he ido a la cocina y he preparado té… Una gran taza de té y otra para ella por si despierta… Veo en un cajón de la cocina medicamentos como para poner una farmacia… Madre mía… Nolotil, Diazepan de 10 g y de cinco. Betahistina que tome una vez para el vértigo. Dogmatil. Lírica para la ansiedad. Omeprazol. Paracetamol. Me parece que hay mucha medicación, porque María José debe tener 50 y muy poquitos años. Discreción. 

Vuelvo con las dos tazas y me siento. A mi lado hay una librería bastante repleta con libros nuevos, magníficos. Están ordenados como por temas, me llama la atención que, a la vez, están ordenados por tamaño. Yo no sabría hacer eso. Para ayudarme a escribir, uy, no he contado que escribo. Perdón, suelo escribir. Para escribir, digo, tengo cuatro cuadernos distintos que voy llenando poco a poco y así puedo echar mano del que me interese en un momento dado. Son de distintos colores, para facilitar mi tarea. En el de color negro, escribo mis ideas o pensamientos como escritor, para desarrollarlos más tarde. En el rojo voy poniendo mis pensamientos políticos. En el verde, las experiencias personales y las emociones que siento íntimamente. Y en el azul los temas referidos a familia, amigos, anécdotas y trabajo. Hay otro libro que es blanco, donde escribo todo aquello que aún no he asignado a los otros cuadernos. Un día soñé que metía todos los cuadernos en un túrmix y convertía el papel en minúsculas partículas, las sacaba por el balcón y las arrojaba al viento, se volvían a juntar en un orden ilógico o lógico que, se suponía, había sido mi vida. El libro de mi vida, y en la portada se distinguía claramente una lemniscata, el signo del infinito. Esa idea me tranquilizaba. Y como bien sabéis, yo tengo la capacidad innata y después ensayada y ejercitada de poder volver a dormirme siguiendo el hilo del sueño que estaba teniendo antes de despertar. Eso hace que tenga sueños largos y placenteros que creo que son el preludio del Nirvana, paraíso emocional que siempre he pretendido alcanzar. Con la liberación de dopamina y endorfinas que producen esa potente sensación de bienestar. 


 Volviendo a María José, que ya he dicho que me gusta, tengo que decir que me siento incapaz de pasar por las etapas que se le suponen al amor, amor que desconozco tener. 

 La primera etapa, creo que es, el enamoramiento, ahí van todas las sensaciones que el cerebro ocasiona, yo creo que nos engaña. Se libera dopamina, serotonina, oxitocina, testosterona y estrógenos y creemos ser dioses felices. La otra o el otro son maravillosos y siempre lo serán… Madre mía… Después la gente decide vivir en pareja y se conocen más. Ese conocimiento produce desilusión, ya que no nos gusta tanto aquella persona maravillosa, nos molestan muchas cosas que vemos y nos sentimos atrapados. Se apaga la llama y el ardor guerrero y puede romperse el amor. Dicen que es el momento clave, porque esa es la realidad y no la proyección que veíamos idílica. Si se logra salvar esa fase, viene el consolidar el amor real. Conocemos el lado malo del otro y sus miserias y debilidades, si se acepta eso y se hace un esfuerzo por cuidar esa unión. Vamos bien. Si no es así. Fin de la película. 

 Esa unión usada conjuntamente hace que ya no se discuta por tonterías y se enfoca la fuerza para solucionar juntos los problemas que puedan surgir. A mí, llámame infantil, animal sexual, porque no veo proyecto familiar, llámame como quieras… No me veo pasando por todo eso. No me da tiempo, tengo otras cosas que hacer. Por eso creo que aquí hay una amistad con derecho a bastante roce y nada más. Pido perdón. Yo lo veo así. 

 Ya se ha despertado, está más calmada, y se ha ido a la cocina, creo que va a coger algunas pastillas. Cuando vuelve, me dice que nos vayamos a la cama y yo, luchando contra mi otro cerebro, le digo que no puedo, que a primera hora tengo cosas que hacer ineludibles. Es mentira, yo lo sé, pero me protejo. Si me quedo, después de la fiesta, no me sentiré bien. Por eso es mejor marchar y mañana será otro día. Ella lo comprenderá y yo sé que con el arsenal de pastillas que tiene el duelo lo pasará sin problemas mayores. 

 ¿No quieres estrenar lo que me has regalado? Joder. Estuve a punto de decir que sí. Pero no lo hice… Me voy a ir y mañana o pasado, ya hablaremos. No quiero que esto sea una rutina, por emocionante que sea. Y la verdad es que es muy atrayente la situación. Pero creo que la fase de enamoramiento no me ha dado de pleno, estoy tocado, habiendo cosas que me gustan físicamente, pero en el plano cerebral, la cosa tiene dos bandos. Espero ganar yo, sea como fuera la lucha…  


Continuará…


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