*Testamento ológrafo XV*


 Aunque suene raro, porque suena raro, hemos tenido alegría al reencontrarnos de nuevo, de broma, pero ha pasado casi un mes, a mí se me ha hecho corta la aventura, ha habido momentos de tensión, de adrenalina pura; al ir cada uno por su cuenta, a poco que nos haya pasado a cada uno, son tres historias bastante vivas. 

 Por el momento estamos bien y ya en casa, cada uno con su dinero y su salud. Para celebrar el acontecimiento hacemos una paella, de las de siempre. Pepe es el más indicado y el mejor cocinero, maniático del reloj y de la calidad de los productos. Tiene que haber de todo, pollo, conejo, pato, caracoles, ferraura, judías frescas, tomate, alcachofa, azafrán, aceite del bueno, bueno… Y el tamaño de la paella, como somos tres, tiene que ser paella para 10, para que salga de dedito de hondo. El caso es que ha valido la pena, después de comer internacionalmente, lo de aquí sabe mejor. No hay punto de comparación. En la sobremesa se cuentan los aspectos más relevantes de estos días, a los tres nos han ocurrido cosas especiales y un poco peligrosas. Nos ha pasado de todo. La logística que hemos seguido ha sido esencial para que no hubiera seguimiento policial, ni sospechas. 

 Hay en el aire un algo raro, que me da la sensación de que todos estamos hartos de la situación actual y con ganas de acabar. 

En cuanto a anécdotas, a Miguel Ángel le robaron el equipaje en Estambul y tuvo que ingeniárselas para volver a tener dinero, antes de ir a París. A Pepe le confundieron con un individuo que estaba fichado por la policía en Berlín, y estuvo siendo interrogado. El obispo de allí le sacó del embrollo. De mí ya se conoce mi suerte. 


Yo, tal como tenía pensado, propuse que estuviéramos un año justo más, haciendo solo lo que Miguel Ángel fuera trayendo, que no es poca cosa, y después, nos despidiéramos y no volviéramos a ser socios en nada de nada. En nada más. Los tres estábamos de acuerdo. Mucho deberían cambiar las cosas para que no cumpliéramos. Se había perdido el sentimiento. Tres días después de la vuelta, Miguel Ángel ha recibido una citación para declarar en el juzgado número 4 de Castellón por una denuncia, interpuesta al obispo por una viuda que, después de haber hecho una donación bastante gorda, parece ser que se arrepintió. Pero está tan bien planificado y atado judicialmente todo el proceso de sus donaciones, que el tema va a quedar aplazado y antes habrá prescrito, que se sabrá la verdad. Y es que el asunto de la Ley Hipotecaria de 1946 y posteriores ratificaciones y ampliaciones de derechos de Aznar, Rajoy y Cia, les han dado manos libres para hacer en La Tierra y en el cielo, lo que les venga en gana, y así lo hacen. 

 Este asunto ha relajado el ambiente, yo continúo yendo al gimnasio y leyendo y así me siento bien, y no sé qué hacen nosotros. 

Quiero dejar la relación en lo mínimo imprescindible. 

Pepe y yo, no sé bien por qué, nos hemos distanciado sin poner remedio ninguno de los dos, creo que es mejor así. Nos han pasado cosas buenas juntos, pero no hay futuro atrayente a la vista. Hemos dejado muy claramente entre nosotros que lo que ha pasado, no ha pasado nunca. Es como un mantra continuo. Así debe ser. Y a partir de ahora individualizarnos más. 


En el pueblo y ya se da por sabido que yo, desde la herencia y el premio de lotería trucado, estoy forrado. Yo ni confirmo ni desmiento. A mi aire. 


 Por cierto, una chica viuda, de muy buenas maneras y buen porte y guapa, hace movimientos para coincidir conmigo. Lo he comprobado haciendo cosas, como que voy algún acto cultural y cambio a última hora yendo a otro. No sé cómo lo hace, pero aparece donde estoy. El jueves fui al teatro, nadie sabía que iba y casualidad o truco, vete tú a saber, en el asiento contiguo estaba ella. Sola. Fuimos a tomar una copa después y volvimos juntos en mi coche. La acompañé a casa y nos despedimos muy efusivamente, con un conato de beso en la boca. Me ha gustado la situación. Me pidió el teléfono. Se lo di. María José se llama. Y he sabido que fue deportista, con diploma en salto de longitud en el campeonato de España, hace unos años. Se le ha quedado una figura de atleta con formas muy femeninas. 

El sábado me llamó, un poco preocupada, para ver si podía acompañarla al veterinario. María José tiene una perra que ya tiene 15 años, lo que es mucha edad para un perro. Me pide que la acompañe porque se teme lo peor y dice que le doy confianza y fuerza. Yo pienso que pedirme que la acompañe en ese trance es un síntoma de mucho acercamiento personal. Yo soy de no profundizar en una relación demasiado, pero en este caso, me gusta mucho ella y voy a dejarme llevar. 

Vamos al veterinario y la titular nos dice que la perra tiene artritis aguda y una cardiopatía nada halagüeña, María José se hace la fuerte, pero le caen dos lágrimas que, quedan graciosas en su cara. ¿He dicho que ella tiene una piel extraordinariamente suave y sensible? La veterinaria continúa diciendo que cuando un perro llega a esa edad, puede hacerse un protocolo de despedida de varias formas y el dueño debe decidir qué va a pasar de la manera más adecuada. Lo mejor es que se quede en la clínica en observación dos o tres días, y mientras,  se decide su futuro. Salimos, ella está bastante afectada y, antes de subir al coche, se abraza a mí. Nunca lo había hecho con tanta fuerza y ternura a la vez, y me pide perdón por su atrevimiento. ¿Atrevimiento?… Yo quería más… Son las 4:00 de la tarde, María José me dice que si puedo quedarme con ella y hablar, le digo que sí. Nos vamos a su casa y después de entrar vuelve a abrazarme buscando consuelo, un abrazo larguísimo y cálido. Roza mi cara repetidamente y entonces busca un beso, beso que yo deseaba. 

Sentados en el sofá, me besa como el mar a las rocas en la costa y siento su afectividad en forma profunda, húmeda y suave. Y pasamos minutos y minutos interminables, terriblemente deliciosos. Nos miramos más allá del beso. Yo no quería ver en sus ojos mi futuro. Ese beso supone para mí un acercamiento muy importante en esta incipiente relación. 

 Cuando nos damos cuenta ya son las 8:30 de la tarde, casi no he comido hoy. María José tiene una cocina preciosa y me invita a pasar allí. 

 -¿Qué quieres comer? 

-Cualquier cosa. 

 Cualquier cosa para ella es un plato de sopa y un filete y una pera. Yo le ayudo a poner la mesa, que en realidad es una parte de la cocina, al lado de los fogones. 

 Comemos despacio y bebemos un vino que es del Priorat, cerca de mi pueblo. Mientras, ella, me cuenta su vida con Lola, la perra, porque la acogió en casa, cuando no le gustaban los perros porque te atan demasiado y porque después mueren y se te vacía el alma con su ausencia. Aunque el recuerdo de su amor, no se vaya a olvidar nunca. Me comenta cómo le fue con el que fue su marido, con el que vivió épocas buenas y otras malas, no tuvo hijos, dice que mejor así. Y vuelve a ponerse triste, es normal, pensando en Lola. 

 Ring Ring Ring 

- ¿Diga? 

-Ah, hola, gracias por llamarme. ¿Cómo la ves? No la veo bien, está quietecita, le he dado un sedante, no ha comido y bebe con dificultad. Mañana te digo algo. 

 -Gracias por llamarme. 

 María José me mira y vuelve a abrazarme, ahora sin ganas de evitar llorar y nos recostamos en el sofá… 

-Gracias por hacerme compañía, si no hubieras venido, no sé qué hubiera hecho sola… Suspira profundamente, pegada a mí. 

 

Al rato. 

 -Ya son las 11, no te vayas, quédate conmigo, me dice… 

-Vale, me quedo, ¿dónde duermo? Yo puedo dormir en cualquier sitio. Aquí mismo en el sofá… 

 Me trae un pijama y un cepillo de dientes y una manta y se va dándome otro abrazo… Y reiterando las gracias. 

 Estoy cansado y un poco abrumado por la situación, inesperada.

 Me duermo profundamente… 


 Me despierta un beso de María José; son las tres de la madrugada. 

Ven conmigo, me dice. Y voy con ella… Ella lleva un pijama minúsculo, que deja ver todo lo que yo quiero ver… 

Me besa, nos acostamos, pegados, entrelazados con los sentidos palpitando y la piel de ella, perfecta, pegada completamente a mí. 

-¡Bésame, bésame!, me dice, abriendo la posibilidad de cualquier hecho. Penetra en mi alma su belleza y su delicadeza y yo penetro en ella con toda mi fuerza, rítmicamente nos complementamos y gozamos el uno del otro en una unión lujuriosa, larga y reconfortante. 

 Nos hacía falta a los dos, ella dice que a ella más… Yo le digo que a mí más… 

 Y le doy las gracias a Lola, por haber propiciado este encuentro. 


 Continuará…


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