*Psicoanálisis*
Una vez hube cobrado el premio de la Once, aunque compartido con otras veinte personas y después de cobrarse Hacienda lo suyo, me quedó bastante cantidad, y yo, ya que siempre he tenido poco dinero, me consideraba rico; cada cual tiene una medida, yo en la mía me consideraba bastante rico, muy rico, para qué nos vamos a engañar.
Por eso y por mi forma de ver el mundo, quise saber sobre mí y me permití invitar, contratados, a cuatro especialistas, dos psiquiatras y dos psicólogos, dos hombres y dos mujeres, y les pedí que me analizaran.
En los cinco días que estuvimos en el Parador de Tortosa, respondí preguntas: hablé de mí, hablé de mi infancia, de mis amigos, de mis miedos, y de mis supuestas fortalezas y debilidades.
Tomé roles diferentes, teatralicé, y descubrí ante ellos qué quería en el futuro para mí y para los míos, para los amigos y los enemigos.
El último día se reunieron entre ellos y, yo marché a mi pueblo, que está cerquita, y volví a la tarde para oír los análisis particulares y el resultado conjunto. Yo hice mi apuesta particular y escribí medio folio. Hice cuatro copias y las guardé en el bolsillo.
El espectro de las opiniones quedó dibujado en un gráfico de tendencias y posibilidades, que al sobreponerlas coincidían bastante, pero ocupaban casi todas las opciones posibles. Era raro.
Cuando ya estuvo todo dicho por parte de ellos, les di mi octavilla; al verla, me miraron, se miraron y, sin mediar palabra alguna, se levantaron y se fueron. Estaba todo dicho.
Mayday. Mayday.
Bajé a Tortosa. Compré unos pastelitos de cabello de ángel en la pastelería Miró y una botella de anís del Mico y volví al castillo de la Zuda a comer y libar por si se acababa el mundo en ese momento.
*B.M.*
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