*Fiesta Mayor*


 Era la fiesta mayor del pueblo, salió de la sacristía siguiéndome, claro, yo le precedía. Cruzamos el espacio del altar mayor con la solemnidad que requería el acontecimiento. La iglesia estaba a  reventar. Las primeras filas con las autoridades locales y un enviado de la capital, los beatos y beatas más pudientes en las primeras filas de bancos y detrás la plebe, en su total representación -no había televisión por aquel entonces y un sermón, era un espectáculo- la chiquillería, apaciguada a golpes. 
Vestidos de domingo por doquier, las mujeres, con catret, colocadas por todas partes como fichas de tetris. 

El fraile llevaba las manos metidas en las mangas enormes del hábito marrón oscuro, un roquete bordado, con profusión de cruces y florituras, sandalias con los pies sin calcetines, una uña del dedo gordo, morada, por algún golpe reciente y la cabeza cubierta por la capucha, la cara, medio tapada no dejaba ver los ojos cubiertos por unas antiparras de color oscuro. Hemos visto recientemente, caballeros de StarTrek con esa apariencia. Llegamos a la escalera que llevaba al púlpito, me aparté y él subió cogiéndose las faldas, asiendo con fuerza la barandilla. Yo llevaba un libro que le entregué estando ya arriba. 

Se quitó la caperuza y apareció su apepinada cabeza con tonsura romana que le daba un aspecto zoomórfico. 

Silencio absoluto en las gentes, unas toses y un bebé, llorando, cuya madre roja de vergüenza le tapaba la boca. 

Cesó la música de unos violines que armonizaban el momento y de repente tronó la voz potentísima del fraile. 

-¡Hijos míos, arrepentios, Dios nos abraza y nos envía el mensaje en boca de nuestro patrono San Fermín! 

Retumbó su prédica por toda la iglesia. Yo sentado a los pies del oficiante que habían traído de la Cartuja de Segorbe. 

Le tiré del roquete insistentemente y, él me pegó una patada y como pude, le dije:  ¡Padre! pero no me oyó. Calló el fraile de repente y me miró haciendo gestos de no entender y como si le faltara el aire. Le dije que se había equivocado, que había equivocado el nombre del patrón. Rojo de ira se recostó sobre el borde del púlpito que era de madera carcomida. La madera cedió y el fraile cayó desde lo alto encima del concejal de obras y el cabo de la guardia civil. 

Aquí estoy apenado, pensando en lo ocurrido, con el reloj del fraile en mi mano, me lo había dado para que le avisara cuando llevara 30 minutos de sermón. 

Cinco días lleva en coma, dicen que no saldrá de ésta. Por culpa de San Fermín y de la madera carcomida…ya ves, que cosas…

¡Viva San Fermín!

Ostras ya me he equivocado…

¡Viva San Bartomeu!

*B.M.*

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