*La psicología es para el verano*


 Agustín es un amigo de la infancia que ha tenido que trabajar mucho para llegar a donde está. Cuando le vea, le voy a preguntar si está donde pensaba que estaría o no está bien dónde está. Tengo convenido en que cuando una cosa no la puedes cambiar, es absurdo intentar nada ni tan siquiera pensar en ello. Mi amigo piensa lo mismo que yo. 

 Con el auge de la psicología y la moda de encontrar traumas en cada manía de los niños y de los mayores, desde hace unos años, todo el mundo va al psicólogo y no es barato, ni son tangibles los resultados. Teníamos nosotros dos, una tesis escrita y manoseada que trataba los casos prácticos que nos habían ocurrido a ambos o por separado. Uno de los dos, en quinto curso, suspendió, en junio, cinco asignaturas; aquello era una tragedia para el verano del otro, y para el verano propio también… No hubo psicólogo, el muchacho -no digo yo que defienda eso- recibió una torta a mano abierta, y en septiembre aprobó las cinco asignaturas. Este era el caso número uno. El caso número dos era, lo sabíamos los dos por experiencia en carne mortal, el efecto de la alpargata voladora de nuestras madres… Cuando estaban hasta el moño de decir: Calla, haz esto, no hagas aquello… Volaba la zapatilla y aterrizaba, donde más dolía, produciendo el efecto inmediato de callar, hacer algo, o no hacer algo sin necesidad de volver a ser amonestados. 
 Agus tenía un local vacío y pusimos empeño y trabajo, pintamos, arreglamos todo y quisimos poner una academia de enseñanza, de lanzamiento de zapatillas y de repartición de tortas correctoras, de asignaturas suspensas. 
No fue bien, aquello no funcionó, no se apuntó nadie, no perdimos mucho, la verdad… 
 Y ahora ya no recuerdo si ocurrió todo así, o lo he soñado… No lo sé… Es igual, era tratar el tema para conocimiento de futuras generaciones, más que nada, y para que no se me olvidara a mí… 

 *B.M.*

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