*La marjal*


 No fue nada simple ese día para ninguno de nosotros. Mi abuelo, mi hermano y yo estábamos sentados sobre la manta en aquel terreno arenoso que el mar había ido reduciendo. Mi abuelo decía que el largo, cuando la primera medición para partir la herencia del bisabuelo, había sido de cien metros exactos y el ancho de unos cuarenta. 

Poco a poco el mar, después de la dársena sur del puerto, había creado una curva que cada año entraba en la tierra con más vigor, reclamando su territorio, digo yo. En esa marjal se habían recogido, maíz, tomates, cebollas, pepinos, y ahora ya no se producía nada. 
Ese día habíamos ido en el carro con el caballo tricolor, pequeñito y fuerte para despedirnos, y mi abuelo ya no quiso volver y nunca volvió… 
 Yo, ahora, cuando paso por la carretera que une Nules con Burriana, recuerdo de memoria, cuál paloma mensajera, donde estaba, y viene a mi memoria, potente, el olor de la ensalada de tomate, cebolla y pepino, con el aceite puro de nuestros pocos olivos, guardados para producir solo para casa, una ensalada amorosa que preparaba el pare Pepe, con esas manos, que yo veía enormes y suaves a la vez. 
Mi abuelo, como yo, no era de lágrima fácil, pero ese último día hizo como si se le hubiera metido algo en los ojos, y vi lágrimas del adiós a una tierra agradecida, que había sido cuidada con el cuidado que a aquella gente le salía del alma. 

 *B.M.*

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