*Procedimiento y gestión*
Al principio le preparaba notas introductorias para reuniones con datos bien trabajados y de una lucidez proverbial para su nivel. Él las leía delante de las comisiones, como si fueran de cosecha propia; si se perdía en algo, yo apostillaba: “Como me explicaste, esto significa que… “ Y él asentía y asentía.
Las notas aclaratorias fueron cada vez más largas, más técnicas y clarificadoras para todos. Las fui complicando y llegó el asunto a un punto en que él leía, pero no pillaba el meollo de lo que decía. Al final, ya leía sin lectura previa, yo le hacía decir lo que era mi opinión y la suya quedaba relegada a un tercer o cuarto plano. Creé comisiones para compras, auditorías internas, cambié jefes de despachos y cambié sus cometidos.
Los más sagaces me consultaban a mí directamente lo que querían hacer y cómo hacerlo. Sin rótulo en la puerta de mi despacho, todos sabían que debían recurrir a mí para intentar conseguir cualquier cosa. Las reuniones nunca se celebraban sin mi presencia, tuve que llamar particularmente la atención a algunos para que se dirigieran a él y no a mí en público, pidiendo mi colaboración para ejecutar sus planes. Cambié proyectos, anulé otros que ya estaban aprobados y audité uno a uno todos los departamentos. Iba pillando trampas y componendas por todas partes, cada vez habría un expediente que guardaba para mí y callaba… Los jefes de cada departamento sabían que yo sabía y sabían que guardaba silencio.
Hubo alguna rebelión y varias protestas. Con una nota mía, él leyó lo que había que hacer. La nota decía: Lo que haga él (él era yo) es como si lo hiciera yo.
Como sus formas eran autoritarias, no había contestación y yo no tenía que apostillar nada… Cuando ya me cansé, y me hice jubilar, había tal entramado de claridad, que era difícil que pudieran seguir metiendo la mano en la caja.
Ahora, pasado el tiempo, no tengo nostalgia de aquello.
A unos los juzgaron, a otros les enseñaron la puerta de salida y a él se le ha ido la olla. Y ahora cocina tonterías para el más allá con aire de santón y de gurú sin seguidores.
De cerca huele, no demasiado bien, ni anímica ni corporalmente, por mucho que su lésbica esposa se empeñe en perfumarle.
*B.M.*
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