*El diacono*
Ahora me pregunto si valió la pena, porque tengo un sabor amargo en el alma y una acidez mental que nunca la hubiera deseado para mí, a buen seguro hoy no haría lo que hice en los meses pasados para alcanzar lo que alcancé…
Me convencieron utilizando a una amiga, a la que quiero, y no pude decir que no.
Estudié a conciencia mi papel, hilvané frases y estereotipos filosóficos, que daban lugar a una sensación de certeza y de rotundidad en las aseveraciones, de forma que no hubo manera de escapar a la trampa que se le diseñó…
Postulados irrefutables, axiomas inopinables y dogmas sin contestación posible, me sirvieron para asaetear a mi amigo de la mano del razonamiento inductivo y otras veces deduciendo lo que me convenía, citando a Heidegger, que me hizo proclamar que antes de morir había que vivir una existencia auténtica. Obviando que el hombre alcanza la felicidad con el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Hablé, abrazando, cuando me interesó el panteísmo, argumentando otra vez que la naturaleza no es algo que Dios ha creado, sino que es Dios mismo. Todo lo hice para hacer pensar con evidencias que mi amigo debe ganar la batalla ante mis ataques furibundos con los que intenté desestabilizar sus creencias; después de esto, estar en disposición de ser elevado a la categoría de diácono permanente.
Pasó la prueba y en el pueblo tenemos un diácono convencido y yo ahora un amigo menos para las correrías que solíamos hacer. No puedo decirle cómo lo pergeñamos, porque me odiaría el resto de su vida, aunque vive en un éxtasis con sus corporales, sus hostias y sus lingotazos de vino de misa, vino al que se ha aficionado en demasía…
No sé… No sé… cómo quedará la cosa.
*B.M.*
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