*Última cata*
Sonaba en su cabeza una música a la que no lograba ponerle nombre. El soniquete se repetía con una cadencia tan perfecta que le daba paz, tanta paz, que cerró los ojos y el autobús siguió recto, sin trazar la cerrada curva…
Las noticias hablaron de cuarenta y tres muertos, la caída al terraplén era de treinta metros. Cuando llegaron los primeros auxilios, sonaban en el ambiente, entre el humo y las llamas, los últimos compases de Bohemian Rhapsody. La música había acunado al chofer, pero la culpa del desastre era de los vasos de vino que se sirvieron en la cata a la que habían acudido los componentes de la excursión. El conductor no debía de haber probado el vino… Pero ahora ya era tarde para lamentos…
El informe habló de alcohol y otras sustancias en sangre y saliva, de la sinuosidad de la carretera y de una ITV no pasada, pero eso ya no tenía importancia alguna.
Cuando llegaron al destino final, Pedro les estaba esperando con gorritos y matasuegras para continuar la fiesta, porque todos habían sido buenos chicos.
*B.M.*
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