*El ciprés*
Le escribieron al ciprés milenario, el de los 5.484 años, le escribieron en griego antiguo y en mapuche, porque está al sur de Chile, para que él, con su sapiencia milenaria, les dijera qué había que hacer, en el caso particular de Nules.
Secularmente, se había respetado la fórmula de ponerlos en las masías; un ciprés, significaba que el caminante se podía acercar para proveerse de agua; dos cipreses, que el lugar disponía de comida para los caminantes y tres, que era un centro de reunión con agua, comida y con dormitorio, y lupanar disponibles.
A la entrada de las casas de las autoridades romanas, en su tiempo, se disponían cipreses en filas paralelas para indicar el reconocimiento social. El ciprés siempre ha sugerido un viaje campestre mágico, como se atestigua por los cuadros de Van Gogh.
Había ocurrido que en la Noulas romana se habían plantado indiscriminadamente, sin orden ni concierto, ni rigor alguno, hileras de cipreses, que, aunque siguiéndolos se llegara al cementerio, se había vulnerado la ancestral manera de ser plantados.
Los árboles, arraigados al suelo, discutían entre sí y se estrangulaban con sus raíces encabritadas, lo cual hacía que perdieran la concepción de reconocimiento de clase.
Como la contestación o la carta no llegaba, ni parecía que iba a llegar nunca, tal vez ya estuviera muerto el ciprés, por los rigores del clima de la Patagonia chilena, los cipreses nulenses se dividieron en dos bandos, unos a favor de las fórmulas clásicas y otros partidarios de seguir con la anarquía reinante, que ya es mérito reinar dentro de una anarquía, y los más longevos decidieron que fuera la naturaleza, la que pusiera su sapiencia y su fuerza para lograr un resultado feliz.
Desde ese día, 14 de febrero, día de los enamorados, se dejaría que camparan a sus anchas las procesionarias, que del pino habían pasado al ciprés, subyugadas por el aroma y el sabor de sus frutos y hojas.
Y el botánico que escuchaba y hablaba a los cipreses, en la última reunión que acabó mal, hay que decir la verdad aunque nos duela, redactó el comunicado que se pasó a la prensa en el que biólogos, químicos y miembros de la internacional farmacéutica, aseguraban que se habían encontrado evidencias inapelables, de que la sabia del Cupresus sempervirens, rejuvenecía las células, parando el proceso de envejecimiento de los humanos.
Me han dicho, de buena tinta, que la versión del botánico es interesada, porque ya hace tiempo que quiere quitarlos para plantar palmeras, que le rentan más, ahora que ya se ha erradicado al picudo de la zona.
La sentencia sobre los naranjos llegó desde Europa y casi han desaparecido, y los cipreses entre el botánico y los laicos van a hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Tiempo al tiempo.
*B.M.*
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