*La calle olvidada*
Cuando llegó al final de la calle, donde hace curva a la derecha, se volvió para mirar. ¿Por última vez? el número 52, donde vivió doce o catorce años, no lo recordaba con seguridad. ¿Para qué?.
Pasó por delante de la tahona, donde la dependienta, guapa y esbelta, que provocaba en él sentimientos lividinosos, ella le soltó su acostumbrado saludo preñado de una sonrisa inmensa, eso le alegró el día desde ese momento.
Sería posible, tal vez, que algún día volviera allí, solo para verla a ella sin reparar en el entorno. De pronto le vino a la cabeza aquel día de junio, en el parque, donde él, sin que ella le viera, le envió un ramo de flores que vendía una gitana rumana y dejó pagada la cuenta de la consumición. Fue gracioso, ver como ella miraba y miraba a todos lados, buscando a quién había sido. Ese día ella llevaba una faldita ajustada de colores vivos, que realzaban la blancura de aquellos muslos torneados por agacharse, mil veces al día, a coger el pan que servía a los parroquianos.
Después de la curva, la calle desapareció a su espalda y borró recuerdos y vivencias, que solo atesoraban años más jóvenes como recuerdo positivo.
Las calles que dejamos atrás en la vida son los renglones donde escribimos nuestro transcurrir y si la memoria quiere o lo dejamos escrito, nos acompañarán, por si alguna vez queremos recordar alguna sonrisa o algún muslo bien torneado que quedó allá…
*B.M.*
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