*Tercios de Flandes*
No quiero que esto sea demérito para lo que ha ocurrido con posterioridad, pero voy a contar exactamente lo que pasó:
Cuando, por mi pertenencia al Tercio, tuve que ir a Flandes, allí estuve alistado en La Marquesa, y fue donde coincidí con Miguel, estando él con fiebres y yo de servicio en la enfermería en la bodega del barco. Mientras le ponía unos apósitos de simple agua de mar en la frente, él delirando me contaba una historia rara de un escudero que servía a un señor de dudoso equilibrio mental. Éramos jóvenes, 21 años, y la formación escolar era baja, como baja la valentía que atesoraban nuestros maltrechos cuerpos.
Habíamos sido forzados a ir y teníamos hambre de ducados. Una prima, de fáciles favores carnales, consiguió que nos declarasen soldados de valía, lo cual comportaba una pensión dineraria extra, de la que ella participaba.
Estuvimos juntos en Argel, y cuando pudimos, pedimos, a la vez, licencia para regresar a España. Miguel ya volvía con el brazo sin movilidad y yo con dos heridas en el pecho. Las heridas de ambos fueron producto de caídas, huyendo, aunque después se magnificó diciendo que eran fruto del ardor guerrero que henchía nuestros pechos, como dejé escrito.
Documentos contradictorios avalaron nuestra valía y valentía, y nosotros hicimos del cautiverio una profesión, diez años de prisión en Oran y Castilla, dieron tiempo para escribir una novela, de cuyos lances Miguel me preguntaba continuamente: ¿Y ahora qué? ¿Qué crees que debe pasarle al escudero? y yo le respondía: Miguel, el protagonista debería ser el caballero y no el escudero, no seas terco y debería tener sueños de grandeza, tantos como nosotros tenemos de libertad.
Me propuso que escribiéramos a dúo, pero lo rechacé porque realmente creo que no estaba bien de la cabeza. No sé la historia, cómo lo habrá juzgado, ni sé si la novela funcionó. Yo me hice clérigo para estar cerca de las jóvenes y lozanas monjas, y me olvidé de Miguel y él de mí.
Bebíamos mucho en esos tiempos, anís del Mico y robábamos grano, diciendo que era para la corona, de ahí nuestras largas estancias en presidio.
¡Qué rico el anís del Mico!
*B.M.*
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