*Tortuga mediterránea*


 A veces te llega, porque sí, una inyección de moral que te da fuerza, una fuerza que no buscabas y que sobreviene como un regalo. Es algo que se agradece por impensado. 

Conozco, de hace años, a un personaje del mundo literario, famoso, un icono para mí del que he leído casi todo o mucho de lo que lleva escrito, a mi parecer no se ha prodigado bastante. 

 Este verano, como cada año, ha aparecido por los lugares donde suele, y siempre en tertulias, almuerzos, comidas y cenas, departiendo con otros famosos de un kilataje cercano al suyo. Cada relato, cuento o palabra que suelta tiene la frescura del mar y la consistencia del caparazón de un quelonio al que se asemeja su faz. La riqueza de sus palabras y sus silencios me abruman y tengo que verle dos veces en cada grabación para sacar el jugo que atesoran sus palabras. Dicho esto, puedo contar, de soslayo, que por un amigo conoció algo de lo que escribo, y hace dos días a las doce de la mañana, suena mi teléfono y al descolgarlo oigo que me dice mi nombre, pero un apelativo que conocen pocos, Jaime, me dice, no me llamo Jaime para casi nadie; y le digo en mi lengua, como se responde al teléfono en mi pueblo: Mani’m. Y me dice: Te estoy leyendo, me pasó tu blog, Ximo, solo quiero decirte que no pares, sigue escribiendo, cada día alguien se alegra de leerte. Un abrazo. Y colgó. 

 Estuve un minuto sin colgar, cerré los ojos y me acordé de su cara de tortuga marina y recordé a Gabriel que no tuvo ningún ingreso hasta“ Cien años… “. 

No es que no quisiera ingresos, que no llegarán, pero me llena tanto escribir, que por mí y por los que me leen, nunca dejaré de hacerlo. 


 *B.M.*


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