*Música*


 Todos tenemos nuestra música, la que nos gusta y nos acompaña y nos representa. No es fácil encontrarla, pero está. Está ahí, a punto de oído y de corazón. Cuando la encuentras no es que le vayas a ser fiel de por vida, pero durante un tiempo te nace la necesidad de  recurrir a ella. A mí, por ejemplo, me tienen cogido varias músicas, depende de la temporada. 

Ya me van gustando más los clásicos, pero eso es inherente a la edad. Muchas mañanas me levanto a golpe del Vals Brillante de Chopin o la Passacaglia de Händel o el Adaggio de Bach, La Rapsodia Húngara de Listz o Sarasate de Zigeunerweisen y cada una me ayuda a ordenar las escasas células grises que me van quedando. Con Sarasate siempre me pregunto: ¿por qué no habré comenzado a tocar el violín a los cuatro años y no intentarlo a los setenta y dos? 

Lo hecho, hecho está y me conformo con volar sobre las notas que sacan los y las violinistas maestros/as que oigo. Hay días en que apetece una pieza más que otra, y una vez elegida, para no acortar las sensaciones, la pongo en bucle y voy abriendo las ideas del día y voy componiendo mi impedimenta para salir a la calle a flanear un rato, antes que el calor me diga: No salgas, que hoy no es día. 

Si no tienes tu música elegida aún o ninguna música te ha elegido a ti tocándote el alma, abre bien los oídos porque es como el canto de los pájaros, te da vida, me lo ha contado Euterpe, la musa de la música, “la muy placentera, la de agradable genio, la de buen ánimo”, yo la creo porque las musas descienden a la tierra para susurrarnos ideas a los mortales, y con ello, despertar la creatividad y la inspiración, que tan faltos estamos de ambas dos cosas. 


 *B.M.*


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