*Cierta tristeza*


 Jaime, cuéntame eso otra vez y lo escribo… 

Ya te dije que, siempre tuvo la extraña sensación de que, si disfrutaba de algo demasiado, estaba haciendo algo malo. Los domingos por la tarde eran terribles. Las vacaciones eran como tiempo robado, pensando que estaba estafando a sus padres y a sus hermanos. Puede que pensara que era un peón de la dictadura franquista, que imperaba en ese momento, pero se dejaba llevar y su mente creaba lagos y lagunas de disfrute particular, no compartido, porque si no, lo pasaba mal. Sus pequeñas células grises, como las de Poirot, pero incipientes, sufrieron la ácida lluvia de las clases de religión, amenazadoras, de la Formación del Espíritu Nacional; siendo acólito, oyó multitud de discursos catastrofistas desde lo alto del púlpito. Todo era punible, nadie escapaba del fuego eterno, incluso mortificándose con cilicios y privaciones. Lo del Domund, para los chinitos, debió de ser mentira, porque ahora nos están pasando como si estuviéramos parados. Los adolescentes deben ir por libre, pero alguien debería pedir perdón a las generaciones de septuacentes, que hicieron una mili para servir a una patria de la que incluso hoy se sienten alejados, y ni banderas, ni reyes, ni obispos, pueden reunir bajo su palio a esos librepensadores, que pasan de cruces, armas y banderas, y que ven como el tiempo se va para todos, sin disfrutar suficientemente; aunque ahora parece que dejando a un lado las religiones, hay algo después de esta vida. 

 -Cuando lo vea, os lo contaré. Volveré y os lo contaré. Si me dejan y quiero. 

-Deberías hacerlo, Jaime. 


 *B.M.*


NB. Septuacentes, son los adolescentes septuagenarios.


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