*La taberna de Blai*


 Esto no se lo contéis al demonio de las horas, para evitar represalias, aunque siempre nos acompaña, casi nunca se acuerda de nada, porque tiene memoria de pez y por eso vive en el Cocito, el río de los lamentos, río de aguas negras, de limo y de repugnante olor, que discurre por el Hades, donde Caronte si le pagas con el óbolo, te ayuda a cruzar en su barca la Laguna Estigia. 

En una apuesta con su compadre Ludovico, Blasa, dada a porfiar en demasía, por vengarse del arcipreste, por causa de una afrenta que le hizo avergonzarse, que ya es difícil, avergonzarla, digo, delante de media plaza pública, cuando mostraban al hijo del escribano, emplumado, por haber robado dos perniles y medio cordero de la despensa de la iglesia, en ese momento, el arcipreste hizo chanza de Blasa, burlándose del ostensible bulto que le había salido en la cabeza, burla que se engrandeció, tildando al bulto de ser el hijo que Blasa había deseado y nunca había tenido. Para vengarse, Blasa, hizo como si no diera importancia a la chanza. Y sonreía. Dejó transcurrir un tiempo y maquinó su jugada justiciera. 

 Blai, el catalán, tío de Blasa, daba de comer a cuantos iban a su taberna, a diario, guisos de diversa índole, con recetas afrancesadas y bien condimentadas, con productos de las huertas cercanas. Anunció que iba a hacer el mes de las setas y del escabeche, y había turnos de espera para comer, porque los años anteriores fueron un clamor. 

 Al local iba el arcipreste y varios monagos con él, que le reían las gracias, convidados como iban. Era después de Semana Santa y a diario, el arcipreste tenía mesa reservada, siempre pedía para él, lo mismo: Escabeche de caza y flan de postre. 

El escabeche, cada semana tenía una tonalidad, como las estaciones del año, verde por el estragón, azulado por los tonos del jazmín y las violetas, anaranjado por el pimentón y el ají y marrón por la nuez moscada; era pura delicia comerlo, y el postre, el flan, del que se hacían muy pocos y eran para el arcipreste,  tenía un toque diferente a cuantas leches se pudieran probar en los valles adyacentes al local, y las hay muy buenas. 

Sabores excepcionales que eran el deleite de los parroquianos. No en balde, la abuela materna, había enseñado a cocinar a Blasa en los fogones de la taberna. Un tío chamán le proporcionaba las hierbas y las setas y los diversos aceites y especias que solo él y Blasa conocían, creándose una poción excelente, en la que nadaban los trozos de carne de aspecto leporino y un sabor brillante y picante y una textura de la carne filosa y sedosa, diferente a cualquier otra. Hacían el escabeche siguiendo el recetario del apartado de cocina del Manuscrito Voynich, y esas son palabras mayores. 

Todo el mundo contento, el que más, el arcipreste, nadie dijo nada en contra en todo el mes, nadie, excepto la señora Petra, una vecina que echó a faltar una colonia de veintitantos gatos que desaparecieron de la noche a la mañana. 

Blasa se arregló con la señora Petra y le recompensó el entuerto y le pagó adecuadamente. 

La guinda de la comida del arcipreste, además del escabeche gatuno, era el flan, y siempre tomaba dos. No sé si estaría muy rico… Yo no lo he probado, ni lo probaré, porque Blasa lo hacía ordeñando un becerro que tiene en el corral, no quieras saber más. 


 Nana nananá…estos alimentos que vamos a comer… Amén.


 *B.M.*


Comentarios

Entradas populares de este blog

*Huidas*

*Nules News, 2*

*Camposanto*