*Muerte en el ruedo*


 El maestro se acercó a su mozo de espadas, cogió la de verdad, la espada de matar y musitó una plegaria. La faena había sido de las de orejas. Solo restaba que el estoque entrara, como habitualmente ocurría, hasta la empuñadura. 

Eran muchas tardes de calor y orejas y viajes y nervios, pero hoy, estaba como si fuera un principiante, no podía fallar, no fallaría, nunca fallaba. 

El segundo de la cuadrilla le llevó el toro a la zona de querencia, bien a cubierto del viento, que había soplado a ratos. El matador miró al tendido, de pronto, vio a su mujer que, a las tres de la tarde, le había dicho que no se encontraba bien y que iba a quedarse en casa. Quedó desconcertado, traspuesto, ella no se escondió y entonces besó a su acompañante, se confirmaba así el rumor de que salía con otro. 

Había cesado la música, cuadró al toro, se hizo un silencio en la plaza, un silencio sonoro, profundo; se lanzó a matar y apartó el estoque en el último segundo, para no lastimar al toro. Un momento de confusión. El toro le empitonó en la pierna cerca de la ingle y lo lanzó al aire, el maestro, cayó al lado del burladero; como pudo, se levantó chorreando sangre por la femoral. Aún llevaba el estoque en la mano, cruzó el burladero y cuando iba directo a clavar la espada con todas las fuerzas que le quedaban, en el pecho de su mujer, el amante se interpuso y la espada le atravesó y del estacazo quedaron clavados mujer y amante como un solo cuerpo… Al tiempo que el torero caía en el suelo con la muerte ya en los labios… 

Eran las seis en punto de la tarde, La Maestranza, tarde de sangre y muertes, así rezaron los periódicos al día siguiente… 

Trágica tarde de sangre y muertes en Sevilla… 


 *B.M.*

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