*Procesiones*


 He visto un florilegio, una verdadera antología de procesiones, de vestimentas, de pasos terroríficos, asustantes, de procesiones de mayores y de niños; de niños, vestidos de verdugos o de góticos, por obra y gracia de sus abuelas, descreídas; que no creen, ni han creído nunca, y que ahora se mueven en un circo de máquinas de coser y telas púrpuras y amarillas y rojas y azules y blancas y bandas y capuchos y cordones gruesos y veneras y cirios y estandartes y tambores, y trompetas y silencios y saetas, y están todos uniformados pidiendo, sin saberlo, ir a la mili a la guerra. Mientras, los curas agazapados y los obispos, extrañados de esos brotes de fervor irracional, ante cosas que no son creíbles, ¡Será posible tanto inoperante! 

Y los procesionantes, procesionando, al redoble del tambor con horarios espeluznantes, mientras la lluvia hace llorar a los cofrades y penitentes de los lugares donde tiene a bien derramar sus aguas milagrosas para lavar el pecado de procesionar, en beneficio de los bares y las limpiezas de lacrimales, porque ¡Oh dios! Con nombres espeluznantes: de los gitanos, de la buena muerte, de la oración del huerto, del calvario, etc. ¡Este año tampoco hemos podido procesionar, después de ensayar con costaleros pagados, para sacar las andas, enormes, por puertas que casi no caben y hacer exclamar a los turistas y propios del lugar: ¡Qué emoción, cuánto sentimiento! ¡Qué destreza…! ¡Qué arte…! 

Y… a ver si se acaba de una vez y nos vamos a cenar al tres estrellas michelín, que me he hinchado a llorar este año y tengo sed, como Cristo en la cruz, tuvo. 

¡Al año que viene a ver si se animan y salen ya los flagelantes y penitenciantes y tiñen de rojo sangre el callejero por donde discurren las procesiones…! 


 *B.M.*

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