*Apodos*
Históricamente, cada apellido se formó usando cuestiones de referencia, como el oficio, el lugar de residencia o algún rasgo personal. Todo comenzó, según he leído en China. Aquí, por nuestros lares, surgió la necesidad, en la Edad Media, para identificar a los dueños de los inmuebles, pero poco a poco se agrupó en un nombre común a las familias. Ya se sabe, primero las clases sociales altas y después todo el mundo.
En los pueblos pequeños, para identificar a las personas, se utilizaron los apodos, desde siempre. Aquel verano del 68, hice un trabajo de campo con mi tío Tomás, él me ayudó con gusto. Recoger todos los apodos del pueblo, un pueblo de once mil habitantes. Me dio por ahí para que estuvieran todos juntos, después el trabajo se publicó. La única premisa que me puse fue que fueran al menos padre, hijo y nieto; tres generaciones los que ostentarán el apodo. Fue muy divertido hacerlo con mi tío Tomás, hombre afable y risueño y dicharachero, al punto que agotó todas las circunstancias loables y plausibles que una persona pueda tener en sus genes y sus descendientes ya no fueron como él. Gracias al tío Tomás.
Comenzamos la búsqueda, ese verano, mi tío no tuvo que esforzarse, solo recordar, ya que conocía a todo el mundo y yo tuve que escribir y preguntarle con un plano del pueblo en mano, calle por calle y casa por casa, quién vivía y quién era cada quien. Cuatrocientos setenta y seis, conseguimos, que considerando la familia completa de cada apodado, es casi toda la población. Los apodos que aquí llamamos “mal nom” son de todo tipo, nombres de animales: Rata, topo, conill, rabosa, pato, gallo, toro. Oficios: Ferraor, ferrer, merdero, regaor y otros diversos: del aigua, reja, flare, retor…
Todo el mundo quedaba identificado y todos se conocían así, hasta hace unos diez años. Ahora ya quedan pocos apodos conocidos y que sean usados.
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