*Cuba*


 Es amiga de un amigo, de joven debió ser un portento, aún hoy, añeja, lo es. Ella se sabe guapa y con clase. Tiene maneras de mujer fatal. Es fácil conversar con esta mujer. Coquetea con ella misma, recordando y contando lo que aconteció en cualquier circunstancia. Yo la llevo a hablar de viajes, mientras tomamos café los tres, Maldivas, Nueva York y Cuba. Ella quiere contar algo de Cuba. Yo le doy pista. Y relata un paseo por el Malecón, ligera de ropa, como se va en La Habana, por el calor, con cuatro prietos detrás diciéndole piropos, que le gustan, ya están a la altura del Nacional. Ella se deja querer y en Coppelia elige helado y prieto. Está prohibido llevar a nadie a la habitación, muy prohibido, pero unos dólares en el bolsillo adecuado hacen que el recepcionista, altísimo, mire hacia ningún lado. 

Mecánicamente, descuelga el teléfono de la habitación y pide comida para dos, aunque sean las once de la mañana. Wilson le pide que diga que la traigan en tuppers. Un ritual de ejercicios contorsionistas y frases amorosas y desde el lecho nupcial, en los descansos circenses, se ve cómo pasan otros Wilsons persiguiendo a otras extranjeras. Mientras la imaginación vuela, el marido ha ido de excursión a Vuelta Abajo. Cualquier cosa que pida la amiga de mi amigo, se lleva a cabo conveniente y concienzudamente. Varios éxtasis de abandono buscado y logrado… Una ducha muy redentora después.

Cuando ya Wilson ha desaparecido con su trabajo realizado y cobrado, llega a la casa del Paseo Rosales y la comida convenientemente guarnicionada, con moros y cristianos, sirve para comer hoy a ocho de la familia. Económicamente, el saldo es España, 70, Cuba, 40 más comida. Todos contentos. 

Suena el teléfono. Son las dos de la tarde, lo descuelga, sorprendida por su capacidad atlética reciente, y contesta al marido: Ahora bajo que estaba un poco sudada y he venido a ducharme y a ponerme crema, creo que me picó algo en el cuello y en los muslos, debió ser en la playa porque los tengo rojos. 

El servicio de habitaciones recompone la habitación. La vida continúa. Mientras la chica de servicio tira al contenedor el slip que olvidó Wilson hoy. 

No es el primero ni el segundo paseo por el Malecón. Ni será el último. Cuba atrae mucho. Así es. Unos buscan los puros habanos y otras la esencia pura del brío prieto. 

¡Ay, Cuba, del alma… Cuándo te volveré a ver!

(Suena el estribillo de “Lágrimas Negras”)

*B.M.*

Comentarios

  1. Buenísimo. Inmenso, que diría el maestro Rafaelillo.

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